martes, 23 de junio de 2015

Envidias


Me dicen: "Qué envidia tu casa" y la expresión, que sé inofensiva y amable, me rechina. La envidia es un pecado capital y, si la producimos, le estamos haciendo el trabajo al diablo, lo que no me gusta ni por el diablo ni por hacerle el trabajo a nadie (¡y gratis!). Sí, ya sé que es una forma de hablar, pero imaginemos que para decirle a una amiga lo bien que viene vestida le soltamos: "Umm, qué lujuria de traje". 

También es verdad que mi susceptibilidad debe de deberse a mi propio natural envidioso. Después, a lo largo de la tarde, ya atento a la expresión y sensible, me sorprendí envidiando (¡no diciéndolo educadamente, sino envidiando por dentro!) las más diversas cosas. La situación laboral de uno, las lecturas de otro, los premios de aquel, la inspiración, el ritmo de trabajo, el prestigio literario...

Qué vergüenza. Y cuando al fin puse pie en pared y me recité (me receté) el verso definitivo de Amalia Bautista: "Tengo envidia de mí cuando me amabas", que me parece la única envidia noble que hay, cuando me lo recité, me descubrí, ay de mí, envidiándole a Amalia su verso perfecto.


1 comentario:

Inmaculada Moreno dijo...

Decimos envidia muy a la ligera. Seguro que en todos los casos que citas (no sé... o en casi todos) se trataba de sana admiración.