lunes, 13 de abril de 2015

Pukka



Una de mis dificultadas para escribir esta entrada sobre la muerte de Pukka era no encontrar la foto adecuada. Carmen nos ha traído del colegio este ''dibujo de un perrito'' que me ha puesto el corazón en un puño. Al que conozca un teckel de pelo duro no tengo que decirle más. Para el que no, apuntaré que el collar de Pukka era rojo. 

La otra dificultad era interior. Pensé al principio que no era para el artículo del periódico pero que a vosotros, lectores del blogg, si podría contarlo. Luego me he dado cuenta de que el problema es mío. Se trata de la extrañeza que supone tener que decir uno el momento de la muerte de su perro, por muy mayor y enfermo que esté. Por seguir con Jorge Manrique, ya no es la muerte la que llama a la puerta, sino nosotros los que la llamamos a ella. Es un cambio copernicano, diría yo. Y ni aquí me considero con fuerzas para reflexionar sobre su alcance. Quizá por eso, buscando refugio en lo sagrado, lo llamamos ''sacrificar'' a un perro, pero es una vana argucia. Ante ese hecho, uno está, debe estar desnudo. 



1 comentario:

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

En relación con lo que sentimos por los animales con que convivimos (y lo que ellos sienten hacia nosotros) usamos expresiones como apego, querencia o -incluso- cariño. Pero todos sabemos que esas palabras son meros eufemismos para evitar (¿por qué?) decir que lo que sentimos (y sienten) es puro y simple AMOR.